miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuidado con el cuidado

Beatriz Gimeno



Hace un tiempo que los cuidados se han convertido en un tema central de análisis y discusión en el feminismo. Generalmente, se entienden por “cuidados”, esas actividades que  realizan las mujeres de manera gratuita para mantenimiento de la vida y la salud; todo el trabajo para la sostenibilidad de la vida, tal y como se dice ahora. Sin embargo, tengo que reconocer que siempre he sentido cierto rechazo por este concepto aunque sólo últimamente he podido comenzar a concretar mi descontento, gracias a enfoques feministas que han comenzado a poner en cuestión el término, al menos en su sentido más amplio. Ciertamente que visibilizar en su momento el trabajo inmaterial y gratuito que realizan las mujeres resultó de gran efectividad política, pero sin embargo creo que haber dado a todas estas actividades el nombre de “cuidado” sin cuestionar algunas de sus definiciones, no es lo más acertado.
Para empezar habría que definir qué entendemos exactamente por “cuidado” y que entendemos por “mantenimiento de la vida”. Una de las principales reticencias que el término me genera es que “cuidado” incluye, casi necesariamente, un componente afectivo. Soy de la opinión de que por la vía de la afectividad a las mujeres se nos obliga a aceptar trabajos o situaciones que nos conducen o nos mantienen en la desigualdad. En esta cultura el mundo de la afectividad es femenino, por lo que con este componente emocional el término (y la actividad que lleva aparejada) se feminiza necesariamente y, en tanto que uno de los principales cuidados afectivos sigue siendo el maternal, resulta difícil desfamiliarizar el concepto.
El término tal cual está tan unido al componente afectivo que la palabra siempre remite a algo “bueno” y así desaparece lo que de negativo pueda tener: sacrificio, desigualdad, carga, responsabilidad etc. No distingue tampoco entre cuidado como don, y cuidado como servicio profesional remunerado; no distingue entre derecho de la persona que es cuidada y derecho a un trabajo digno para la persona cuidadora. Creo que es necesario introducir y redefinir conceptos que ahora aparecen subsumidos en ese término, como don, solidaridad, reciprocidad etc. Quizá podríamos hacer una distinción entre “cuidado” como don y “servicios profesionales de cuidado” y oponer estos, como derechos, a la idea de cuidado como abnegación o como “cuidado” necesariamente afectivo.
En ese sentido, y a falta de que se adopte un término mejor, lo primero sería delimitar el sentido del término y cuestionar el concepto de cuidado amplio en el que suele incluirse todas las actividades que se realizan en la casa: comprar la comida, limpiar, lavar etc., el cuidado de los hijos, ancianos, enfermos, dependientes… Ya expresé en  un artículo anterior sobre el trabajo doméstico (http://www.trasversales.net/t20beatd.htm) mi opinión de que en muchas ocasiones éste trabajo se está abordando de manera ahistórica y sin tener en cuenta los cambios producidos tanto en la naturaleza del mismo como en la sociedad. En ocasiones este trabajo sigue existiendo no ya como una necesidad real que no puede dejar de hacerse, para lo que es necesario disponer de una persona (una mujer) varias horas dedicada al mismo, sino más bien como coartada para sacar a las mujeres del mercado laboral, cumplir designios culturales, contribuir al mantenimiento del orden de género etc.
Creo que podríamos cuestionar o, por lo menos hacer un  análisis más profundo de la premisa, que a veces asumimos sin matices, que sigue siendo necesaria una segunda jornada completa para que los trabajadores estén disponibles para la empresa.  El trabajo de la casa ha cambiado de manera fundamental en 50 años y cualquier consideración feminista respecto al mismo debería pasar más bien por la negativa de las mujeres a asumirlo en exclusiva que por una imposible revalorización.  Puede que estemos confundiendo o mezclando las necesidades del patriarcado con las del capitalismo.
En este sentido existe el riesgo cierto de sobredimensionar el “cuidado” en dos aspectos. En primer lugar, lo sobredimensionamos muy evidentemente al utilizarlo en un sentido tan amplio que incluye no sólo cualquier actividad doméstica, sin recoger los cambios que se han producido, sino también una serie de actividades que cada una/o debe hacer de manera ineludible aunque puede subcontratarlas por comodidad: comprar comida, lavar, limpiar la casa, ocuparse de las cuestiones como los arreglos, los pagos etc. Aquí se englobarían tantas tareas que si lo extendemos podríamos encuadrar absolutamente todo: desde el necesario tiempo de ocio y relax, el descanso, el sexo, la lectura (aumento del capital cultural) los masajes de espalda, el arreglo del coche, las llamadas al banco etc. que son parte de esa sostenibilidad de la vida pero que ni pueden ser retribuidas ni van a serlo, ni tampoco revalorizadas en su faceta hoy gratuita, pero que en cambio si que pueden ser repartidas equitativamente, y pueden hacerse más o menos intensamente según gustos o necesidades personales. Si el concepto cuidado engloba el formal, el informal, el que es don, el obligatorio, el no necesario, el optativo, el imprescindible…entonces será la propia vida la que entra dentro de la calificación.
En segundo lugar existe el riesgo de sobredimensionar el término en cuanto a su importancia con respecto a todas las mujeres. Como trabajo doméstico y maternal afecta a la mayoría de las mujeres, pero en sentido estricto, como cuidado de enfermos y dependientes, con ser un trabajo que condiciona absolutamente la vida de muchas mujeres, no lo hace de todas (un 10% aproximadamente) Se corre el riesgo entonces de infravalorar otros aspectos igual de importantes y aun no resueltos como el derecho a un trabajo digno, a un salario igual, a una vivienda, a una vida sin violencia etc… La sobredimensión del primer término podría llevar a ocultar las acuciantes necesidades de la mayoría de las mujeres, sin que esto quiera decir que ese casi 10% (en el mejor de los casos) que cuidan, no tengan derecho a que las políticas públicas consideren que este cuidado es, a su vez, un derecho de las personas que lo necesitan. Referirse al “cuidado” de manera aislada y convertirlo en el principal problema de las mujeres contribuye a ocultar el problema de siempre, el de la igualdad, del que el cuidado es una parte.
Relativo al componente afectivo que necesariamente va implícito en el concepto de “cuidado” éste conlleva, casi de manera automática, un componente ético que no es obligatorio asumir o compartir. Cuidar puede ser mejor o peor, pero no es ni debe ser obligatorio, dependerá de las condiciones y circunstancias de cada persona; las mujeres tienen derecho a no cuidar si no quieren hacerlo y por cierto que eso no invalida su derecho a ser cuidadas cuando lo necesiten. Se puede elegir, por ejemplo, no tener hijos para no tener que asumir dicho cuidado, y se puede no querer a los padres o familiares enfermos. El bienestar de estos padres o dependientes no se puede hacer depender del afecto que alguien sienta hacia ellos ni convertir ese afecto en obligatorio.  Al mismo tiempo, y por el contrario, algo o mucho de ese cuidado puede querer darse como un don, esta vez sí, del afecto.  No todo cuidado es bueno si no se visibiliza su reverso, las condiciones en las que se cuida y también la libertad para elegir no cuidar. Subrayar sin contextualizar la dimensión ética de los cuidados los convierte en un asunto personal (casi obligatorio)  y no en un derecho social.
En la actualidad, además, se está extendiendo el término “cuidado” con ese componente ético también al ámbito profesional con la intención de resaltar la dimensión relacional, emocional y afectiva de la actividad de la que se trate.  Aunque el término parece muy asentado también en este aspecto, a mí me sigue chirriando. ¿No se puede ser buena profesional sin ese extra de afecto? Recordemos que las emociones se construyen también y al menos éstas del cuidado afectuoso quedan dentro del ámbito de lo femenino. Si enfatizamos el carácter relacional y afectivo de lo que se ha llamado “caring” en enfermería, por ejemplo, (una profesión feminizada) ¿por qué, en cambio, no se habla de ese “caring” en la medicina? Porque seguramente subrayar el aspecto afectivo en los médicos supondría una desvalorización de la profesión; empeñarse en el “caring” contribuye a feminizar, luego desvalorizar, una profesión.
Digamos que todo el mundo tiene derecho a verse atendido cuanto está en situación de dependencia, pero que recibir afecto no es un derecho, es un regalo. No se suele tener en cuenta nunca, por ejemplo, que las familias pueden ser redes de cooperación y cuidado, pero también de control y dominación. En este sentido es importante resaltar que, por ejemplo, las organizaciones de personas con discapacidad (de los pocos colectivos sociales que verdaderamente podemos necesitar el cuidado de manera ineludible) somos los mismos que enfatizamos que cualquier reflexión que se haga sobre el cuidado tiene que reconocer de manera explícita que éste es un derecho social y que no debe confundirse con el que proviene de la familia o del mundo de los afectos. Porque el cuidado que ofrecen personas que no han podido elegir o cuyas vidas se ofrecen abnegadamente a estos cuidados, puede resultar alienante e injusto no sólo para estas personas que cuidan sino para las personas cuidadas, que preferimos una atención vinculada a la profesionalidad y no al afecto. Cuando una madre, por ejemplo entrega su vida en el cuidado de una persona dependiente y/o gran discapacitada, lo que hace,  en realidad, es “donarse” a sí misma, pervirtiendo el sentido de cuidado y estableciendo, en muchas ocasiones y con la mejor intención, perversas y alienantes relaciones de dominación y dependencia. El afecto es, como de sobra sabemos, un sentimiento que se relaciona de manera compleja con la independencia, la autonomía o la autodeterminación.
En ese sentido es importante acotar, como sostienen muchas feministas, el trabajo de cuidado a la atención a los hijos y a las personas dependientes pero, además, creo que hay que hacer un esfuerzo para sacarlo del ámbito del afecto y la familia y pasar a considerarlo como un derecho social de manera que la vida de nadie, ni cuidado/ni cuidador-a, dependa de ello.  El cuidado como afecto, don, solidaridad, reciprocidad, responsabilidad, pasaría así a ser lo que debe ser: una opción personal. En cuanto a los servicios de cuidado es evidente que sólo una organización social que asegure la cantidad y la calidad de los servicios que se prestan, así como las buenas condiciones laborales para las personas que trabajan en ellos, combinado con el reparto de trabajo entre mujeres y hombres y entre generaciones, garantiza un sostenimiento idóneo de la vida, como bien dice Mari Luz Esteban.
Otro aspecto que me gustaría considerar respecto a la noción de cuidado en su sentido más amplio es que el feminismo que lo utiliza suele hacer una crítica feroz al individualismo neoliberal dominante convirtiéndole en culpable de que se haya producido lo que llaman “crisis de los cuidados”. Si hablamos de una “crisis de los cuidados” estamos dando a entender que ha habido un momento anterior en el que los cuidados estaban justamente repartidos, y eran ofrecidos y recibidos de una manera igualitaria.  En realidad, si ahora parece percibirse que los cuidados no son suficientes para la reproducción de la vida no es porque antes estuvieran bien organizados o repartidos, sino porque las mujeres se están resistiendo a ser cuidadoras y el estado no está asumiendo el cuidado como un derecho de la persona dependiente. El estado tendrá que hacer algo al respecto si quiere, por ejemplo, que nazcan niños.  Este feminismo de corte más bien esencialista denuncia el binomio producción/reproducción tratando de revalorizar el segundo concepto del par como si no fuera problemático o no contuviera en sí tanta injusticia y desigualdad como el primero. Tendremos que convenir que los dos términos de este binomio clásico han sostenido órdenes de profunda desigualdad e injusticia para las mujeres. Hay que de(re)construir ambos: redistribución justa de la riqueza generada por la producción y redistribución justa también del trabajo reproductivo (redistribución no es revalorización).
Muchas veces se achaca esta crisis de los cuidados a la individualización capitalista, ignorando que el acceso a la individualización es una reciente conquista feminista y que la ruptura de los vínculos humanos que denuncian estas feministas también es matizable. Los que se han roto son los vínculos de clase, la solidaridad entre iguales. Pero el capitalismo está lejos de haber disuelto los vínculos familiares y por el contrario sigue existiendo presión social para vivir en familia. No se fomenta en absoluto que  el trabajo de la vida pase a depender de otras instancias que no sea la de familia tradicional, es aquí donde capitalismo y patriarcado se funden o se retroalimentan. En mi opinión,  creo que es necesario distinguir qué tipo de individualismo estamos criticando y tratar de que no resulte confuso. Conviene no sobredimensionar el amor y el mundo de los afectos, desde siempre impotente contra las injusticias sociales. Aunque el amor en un sentido amplio está detrás de cualquier ética de la justicia, creo que en el lenguaje corriente tiene otras connotaciones: en el sentido antes dicho de abnegación personal y como sentimiento familiar también. Las mujeres hemos luchado mucho por desvincularnos de esa idea de amor y de cuidado, y por alcanzar el estatus de individuos iguales para encontrarnos ahora con que todos esos viejos conceptos se han subsumido en esta definición amplia de cuidado que, por si fuera poco, se presenta casi como un imperativo ético.
Frente a una vida centrada en los mercados, hay un feminismo que parece reivindicar una vida centrada en los cuidados, en las relaciones humanas. Pero las relaciones humanas y las relaciones de cuidado ya están configuradas, están sostenidas, están promocionadas y visibilizadas de una determinada manera y mediadas por el género. Y son injustas, desiguales y opresivas. Este feminismo reivindica una vida en común sostenida en las mutuas dependencias pero yo prefiero seguir reivindicando una vida basada más bien en la igualdad entre mujeres y hombres, en la libertad, en los derechos sociales y económicos, en la redistribución de bienes y trabajos etc.   En ese sentido me parece más interesante desde el punto de vista político la incitación a la rebelión, a la negación individual y colectiva y a la exigencia de políticas públicas efectivas y justas,  que tratar de revalorizar eso llamado afecto. Al fin y al cabo las mujeres no necesitamos ni que nos enseñen a cuidar ni que nos inciten a ello.

Fuente: http://beatrizgimeno.es/2012/03/21/cuidado-con-el-cuidado/

0 comentarios:

Publicar un comentario